La leyenda
de la Difunta Correa pertenece al folclore del Litoral Argentino, y relata la
historia de una madre que de la muerte, sigue dando vida a su hijo.
Corría 1819
cuando Deolinda Correa empezó a vivir, en un próspero rancho, con el caudillito
criollo llamado Baudilio Bustos, en La Majadita, en el actual partido de Nueve
de Julio.
Bustos cayó
en desgracia por razones políticas, o quizá porque su atrayente china era
codiciada por un juez de paz vecino: lo cierto es que se lo detuvo, dándosele
por destino La Rioja para su juzgamiento y castigo.
Su mujer,
María Antonia Deolinda Correa, desesperada porque su esposo iba enfermo, tomó a
su hijo y siguió las huellas de la montonera.
Sintiéndose
muy sola, lejos de su padre y de su marido, lo que, sumado al acoso de los
hombres, la llevó a huir una madrugada junto con su hijo de meses rumbo a La
Rioja.
El largo
camino, la sed, el calor y el cansancio minaron sus fuerzas al punto que cayó
rendida en la cima de un pequeño cerro.
En eso
pasaron unos arrieros, quienes vieron animales de carroña que revoloteaban, y se
acercaron al cerro donde encontraron a la madre muerta y al niño aún con vida,
amamantándose de los pechos de su difunta madre. Los arrieros recogieron al
niño, y dieron sepultura a la madre en las proximidades del Cementerio
Vallecito, en la cuesta de la Sierra Pie de Palo.
Y es así
que al conocerse la historia, comenzaron las peregrinaciones de los lugareños
hasta la tumba de la que llamarían “la difunta Correa“.
El
santuario está enclavado a un lado de la Ruta Número 20, que une San Juan y
Córdoba, a 62 kilómetros de San Juan y a 30 de Caucete.